Versos a fuego lento Versos a fuego lento

Por Michelle Roche Rodríguez (@michiroche)

De la misma manera que Jacqueline Goldberg abordó en Las horas claras la escritura de una novela desde el registro poético, en su libro más reciente escribe un tratado de gastronomía desde la voz lírica. Y el resultado es igual de desconcertante que con la novela sobre una casa construida por Le Corbusier en la primera mitad del siglo XX que se convierte en una alegoría de las angustias de su generación. Si el manuscrito de esta novela que Gustavo Valle tachó de “escurridizo, inaprensible, desafiante” y clasificó como “un libro que es muchos libros” resultó galardonado con el Premio Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana en 2012, el Premio de los Libreros, la Medalla Internacional Lucila Palacios y fue finalista del Premio de la Crítica el nuevo libro de la misma autora, que es también un recetario en verso, podría terminar erigiéndose como una de las piezas híbridas más particulares de la literatura contemporánea.

En Limones en almíbar, la autora nacida en Maracaibo en 1966 va mucho más allá del libro de recetas dignificado por la metáfora literaria y explora los territorios de su niñez, la relación de la comida con lo cotidiano e, incluso el proceso de la digestión, como hace en el número 15 : “poco perdura su goce/ por sobrar pasa/ en el periplo hacia el esófago/ la epiglotis –goloso vocablo ateneísta–/ forma un repliegue que por instantes represa/ aquello que jamás consentido”.

También lo cotidiano y la banalidad de ciertos encuentros para comer tienen cabida en el volumen, como en el poema número 52 –no tienen títulos las entradas de este libro– donde describe el encuentro de dos mujeres que “no son tan amigas” y que “piden jugos carpaccio pasta” mientras “hablan del tiempo/ no del suyo” y se “entrampan en lo obvio/ trabajo hijos”.

Limones en almíbar se lee de la misma manera que se saborea el tentempié desconocido que un mesonero ofrece en una reunión elegante: con aprehensión primero y con interés al final. Una clave para leerlo la ofrece en la contraportada del poemario el poeta y crítico literario Luis Moreno Villamediana, donde se refiere al “común aspecto” de la vinculación entre literatura y cocina que es el fundamento de este libro, cuya práctica “involucra encarar la tradición, la historia personal, la esperanza mínima, hasta el arrasamiento”.

El volumen de 69 páginas publicado por Oscar Todmann Editores en su novel colección dedicada al género debe su título a una receta en el libro de Armando Scanonne con el que han aprendido a cocinar varias generaciones de venezolanos. Por esa razón, Goldberg le dedica a este cocinero junto a Vanessa Rolfini el poema numerado con el 54, en el cual reconstruye como si fuera un verso la receta que se basa en macerar en azúcar la fruta cítrica: “los limones se laceran por fuera/ hervirán en olla de cobre/ hasta olvidar su historia (…) vendrán siete tazas de agua/ un kilo de azúcar/ fuerte fuego por diez minutos/ luego suave y largo y muy largo”.

La pasión de Goldberg por la gastronomía comenzó cuando escribía notas para la revista Cocina y vino y se cocinó a fuego lento desde los calderos de su niñez. Por eso le gusta leer recetarios como si fueran libros escritos en cualquier otro género literario. “un libro de cocina se lleva a la cama/ se manosea/ abierto sobre el vientre/ se mancha/ se lame/ se le dicen palabras soeces”, escribe al inicio del poema 53, en el que marca el talante sensual con el que se cierra el volumen.

Autora de una sólida obra poética que cuenta con publicaciones desde la década de los años ochenta, Goldberg reunió sus poemarios en el título editado por Equinoccio en 2007, Verbos Predadores. Su poemario anterior a Limones en almíbar es un caleidoscopio de sus obsesiones literarias, como la enfermedad y la muerte, y lo publicó en 2011 la Ediciones Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro y se titula Postales negras.

Título: Limones en almíbar

Autora: Jacqueline Goldberg

Oscar Todmann editores