Kafka y su esencia Kafka y su esencia

Franz Kafka y su esencia

José Pulido

Un poco después de comenzar Moby Dick, Ismael narra:

“…Al entrar vi reunidos en la sala a unos cuantos marineros jóvenes. Me dirigí al patrón y le pedí una habitación. Me dijo que la casa estaba llena y que no le quedaba una sola cama.

-Pero, espere añadió de pronto-. No tendría inconveniente en compartir una

cama con un ballenero, ¿verdad?

Le respondí que no me gustaba compartir la cama con nadie, pero que si no

había más remedio… y que si el ballenero no era alguien repulsivo…

-Muy bien, siéntese -me respondió-. La cena estará en seguida”.

Al inicio de El Castillo, el personaje de Kafka parece rendir homenaje a la obra de Melville:

“Se dedicó a buscar un alojamiento; en la posada aún estaban despiertos, el hostelero no tenía ninguna habitación para alquilar, pero permitió, sorprendido y confuso por el tardío huésped, que K durmiese en la sala sobre un jergón de paja. K se mostró conforme. Algunos campesinos aún estaban sentados delante de sus cervezas pero él no quería conversar con nadie, así que él mismo cogió el jergón del desván y lo situó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos permanecían en silencio, aún los examinó un rato con los ojos cansados antes de dormirse”.

Tal vez se trate de una mera casualidad gestada por las traducciones. La esencia kafkiana tiene antecedentes en Tolstoi y Dostoievski, en lo relacionado con la sicología de los personajes y los laberintos de la burocracia y de la ley. Pero el misterio que no se menciona y está presente en sus tramas, tiene más que ver con la fantasía que yace en la infancia de las religiones.

Kafka era pura literatura; se alimentaba de sí mismo.  La metamorfosis termina así:  Cuando Samsa muere convertido en insecto, la asistenta de la casa barre un poco el cadáver. La madre de Gregorio Samsa no la detiene.

Mientras charlaban, el señor y la señora Samsa se dieron cuenta casi a la vez de que su hija, pese a que con tantas preocupaciones había perdido el color en los últimos tiempos, se había desarrollado y convertido en una linda joven llena de vida.

En Un artista del hambre, el cuento de Kafka finaliza de esta manera:

El ayunador dice que no puede evitar los deseos de ayunar y el inspector le pregunta por qué.

-Porque no pude encontrar comida que me gustara.

En síntesis esas fueron sus últimas palabras, “pero todavía, en sus ojos quebrados, se mostraba la firme convicción, aunque ya no orgullosa, de que seguiría ayunando”.

-¡Limpien aquí! —ordenó el inspector, y enterraron al ayunador junto con la paja. Más en la jaula pusieron una pantera joven. Era un gran placer, hasta para el más obtuso de sentidos, ver en aquella jaula, tanto tiempo vacía, la hermosa fiera que se revolcaba y daba saltos.